y ahorita, así de la nada, me acuerdo. pero el recuerdo está parchado, como si estuviera hecho de pedacitos de tela, de la misma tela de la que se cortan las ilusiones pequeñas y los sueños que tienes cuando estas despierto.
casi atropello a un pájaro, parecía un ganso, y bastante grande, entonces tenía la presencia mas que de un ave, de un animal mas voluminoso, como un perro de cacería o una oveja. el camino que manejaba, nublado y niebla, curvas y a veces al salir de ellas, pequeñitas piedras. todavía no llovía ni estaba mojado de antes. pero en el ambiente se sentía esa fuerza extraña que invade todas las cosas, no solo las materiales sino tambien las etéreas, antes de una tormenta. oficialmente era la tarde, pero de mañana casi todavía. y siempre ha habido algo diferente, casi místico en las tormentas de mediodía, algo de contradicción, de sentimiento eclíptico con sabor a mito, y a paradoja de una muy básica teoría sobre la luminosidad ahora negada con lluvia que corresponde a un típico mediodía, y fundido con el aroma de las lágrimas de melancolía que pronto serán la lluvia misma. el ave cruzó, corría, tuve que frenar en la curva y vi como sus alas ahora cercanas se movían, contemplado por menos de un segundo como los pequeños músculos en acción se tensaban bajo las plumas de textura suave que resplandecían bajo el poco sol filtrado entre densas nubes formando un arcoiris de cientos de tonos de un mismo color café. todo tan rápido, menos de un segundo fué. nos vimos frente a frente, imagen transparente, pero no tanto con los ojos sino más bien con el sentido del sentimiento, y de alguna manera y afortunadamente las dos sabíamos que no había mas peligro, pero también la complicidad unificadora existía, que aunque mas corto que un pequeño instante o que esa mitad de un de un segundo, peligro y de muerte, lo hubo...
extraña, misteriosa, inesperada, y a veces de muchos tonos de café y entre la niebla y al mediodía, en la contradiccion de un nublado incandescente el pájaro y yo supimos, eran tanto la muerte como la vida
y si los arboles de cuyamaca retorcidos quemados hace poco, grandes fuegos forestales fueron no solo nuestra perfecta escenografía, si no también testimonios y eternos testigos de muerte pero antes, de vida